viernes, 9 de mayo de 2014




UN CAÑÓNDE BONDAD


Hay personas que se insertan en la vida de una colectividad, de manera tal que forman parte de ella desde el lugar en que se encuentren.

Pero eso, naturalmente, es una cualidad que proviene de una ejecutoria de vida, de una existencia social.

De ahí que, cuando nos referimos a ellas, nos encontramos que es sumamente difícil definirnos sobre cual de sus facetas vitales debemos conversar.

Eso nos sucede con don Luis Oscar Ramírez Amanzo, a quién todos los identifican con el apelativo de “Cañoncito”, porque a quien tiene siempre en los labios la palabra afectiva sólo se le puede tratar de la misma manera.

En esta oportunidad voy a evocar la primera vez que lo vi, cuando establecimos la primera relación. Me voy a remontar al año 1955, a uno de los primeros días de abril. Venía del entonces Centro Escolar de Varones Nº 401 “Hermilio Valdizán”, donde había cursado el cuarto año. Fui  matriculado al quinto año en el Colegio Nacional “Leoncio Prado”, es decir a la Escuela de Segundo Grado Nº 414 cuyo Director era justamente él, además de que habría de ser nuestro profesor.

La plana docente de la sección de primaria la completaban los profesores Rosas Arteta Mory, identificado como el “Gato”, el cuarto año y Sebastián Doria Briceño, conocido como “Don Shapaco”, el tercero. Era una plana docente digna de los mejores reconocimientos y que constituyeron toda una tradición de calidad para las aulas leonciopradinas.

Nuestro salón estaba ubicado en el primer piso, en un ambiente que ahora es exclusivo para secundaria, ubicado junto a la capilla del colegio. Formábamos grupo los que proveníamos del Centro Escolar, esperábamos acaso alguna indicación para formarnos, hasta que se acercó con sonrisa de bondad quien sería nuestro amigo mayor por el resto del año.

Ya en la clase, quiero recordarla porque fue la primera en “los plácidos claustros santuarios”, nos fue preguntando nuestros nombres y apellidos, a la vez que nos interrogaba que clase de palabra era por el acento, si llevaba tilde o no, y por qué; cuando la respuesta no era correcta se detenía a explicar con infinita comprensión.

Luego, el año fue pasando. La severidad de que tanto nos hablaron nunca fue rigor, únicamente a los demasiado inquietos les levantaba la patilla, pero con actitud de juego, de manera que el alumno no lo sintiera como castigo.

Supimos en el transcurso del año que había sido futbolista, un gran centro delantero y que como tenía fuerte shot le pusieron el apelativo de “Cañón”, de manera tal que siempre escuchábamos hablar de “Cañoncito” Ramírez.

Así fue nuestro encuentro feliz con este extraordinario maestro de aula y de la vida. Fue el primer maestro que tuvimos muchos en las aulas leonciopradinas. Concluido el año académico la vida continuó  y como quiera que él era un hombre que siempre se proyectó en el quehacer social y cultural de nuestro pueblo, nos encontramos siempre en los trajines deportivos, donde ya no pude verlo vestido de corto rematando al gol, sino como entrenador de la selección del colegio o de su amado “León de Huanuco”.

También nos encontrábamos con él en los trajines periodísticos, actividad en la que recibió la distinción de “Amauta”, pero por sobre todas las cosas nos encontramos con él en nuestra expresión de gratitud y de recuerdo.











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