viernes, 9 de mayo de 2014




INTRODUCCION


Cuando Eduardo Tello Sayes entregó la bandera al nuevo portaestandarte del  colegio,  bajó la cabeza y no pudo evitar que las lagrimas perlaran su rostro; nosotros tampoco pudimos evitarlo, y  dimos paso a la emoción, mientras seguíamos a nuestra escolta en su marcha por los corredores del plantel, despidiéndonos de los plácidos claustros santuarios,  hasta alcanzar la puerta principal…

Ahí, frenéticamente, confundida la alegría de haber culminado nuestra secundaria con la nostalgia de la despedida, del adiós a las aulas, de la ansiedad por saber que nos esperaba, qué estaba a la vuelta del camino y si al volvernos a encontrar seguiríamos siendo los mismos …

Nos era imposible evitar ponernos tristes, cuando aparecía el rostro de Pedrito Lovatón diciéndonos “ya no  nos levantaremos arropados por la madrugada para después de tomar un café humeante enrumbarnos a la Plaza de Armas, cuaderno en mano, para prepararnos para los exámenes...”.

Ese “ya no” penetraba en el alma, hería las profundas fibras de nuestro sentimiento, tanto habíamos esperado este fin de año, éste terminar el quinto de secundaria, para ahora enfrentados a la realidad sentir que no es fácil dejar a quien uno tanto quiere.

Pero no era solamente dejar las aulas, esa mole gris en la que transcurrieron nuestros estudios secundarios y en muchos casos también parte de los primarios, era algo más, mucho más, eran nuestras vidas compartidas, llenas de vivencias, de conocimientos nuevos e inéditos, de aprendizajes que quedarán por siempre en nuestros afectos forjados por el mutuo referente de nuestras actos, ahí de esa feliz convivencia aprendimos las primeras lecciones que nos dio la vida, por eso es que  nunca nos olvidamos y con el paso irremisible de los años, hemos aprendido a amarnos y extrañarnos preñados de nostalgia.

Nostalgia que hoy retorna a nosotros, que nunca se fue de nuestras vidas, que sigue estando en nuestra existencia como un soplo vital que impulsa nuestros pasos en busca del reencuentro, pidiéndole que llegue como un viento transparente y nos permita encontrarnos con todos los rostros, contemplando totales las sonrisas y sintiendo el  interminable abrazo fraterno que siempre habitó en nuestras almas y no se marchará jamás de nuestras vidas.

Por eso en estas líneas voy al reencuentro con ustedes, a llenarnos de interminable afecto, a reencontrarnos con las horas que se ausentaron de nuestros ojos y nuestros brazos, y jugar con ellas como todos aquellos días.
























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