INTRODUCCION
Cuando Eduardo Tello Sayes entregó la bandera al nuevo
portaestandarte del colegio, bajó la cabeza y no pudo evitar que las
lagrimas perlaran su rostro; nosotros tampoco pudimos evitarlo, y dimos paso a la emoción, mientras seguíamos a
nuestra escolta en su marcha por los corredores del plantel, despidiéndonos de
los plácidos claustros santuarios, hasta
alcanzar la puerta principal…
Ahí, frenéticamente, confundida la alegría de haber
culminado nuestra secundaria con la nostalgia de la despedida, del adiós a las
aulas, de la ansiedad por saber que nos esperaba, qué estaba a la vuelta del
camino y si al volvernos a encontrar seguiríamos siendo los mismos …
Nos era imposible evitar ponernos tristes, cuando aparecía
el rostro de Pedrito Lovatón diciéndonos “ya no
nos levantaremos arropados por la madrugada para después de tomar un
café humeante enrumbarnos a la Plaza de Armas, cuaderno en mano, para
prepararnos para los exámenes...”.
Ese “ya no” penetraba en el alma, hería las profundas
fibras de nuestro sentimiento, tanto habíamos esperado este fin de año, éste
terminar el quinto de secundaria, para ahora enfrentados a la realidad sentir
que no es fácil dejar a quien uno tanto quiere.
Pero no era solamente dejar las aulas, esa mole gris en la
que transcurrieron nuestros estudios secundarios y en muchos casos también
parte de los primarios, era algo más, mucho más, eran nuestras vidas
compartidas, llenas de vivencias, de conocimientos nuevos e inéditos, de
aprendizajes que quedarán por siempre en nuestros afectos forjados por el mutuo
referente de nuestras actos, ahí de esa feliz convivencia aprendimos las
primeras lecciones que nos dio la vida, por eso es que nunca nos olvidamos y con el paso irremisible de los años, hemos aprendido a
amarnos y extrañarnos preñados de nostalgia.
Nostalgia que hoy retorna a nosotros, que nunca se fue de
nuestras vidas, que sigue estando en nuestra existencia como un soplo vital que
impulsa nuestros pasos en busca del reencuentro, pidiéndole que llegue como un
viento transparente y nos permita encontrarnos con todos los rostros,
contemplando totales las sonrisas y sintiendo el interminable abrazo fraterno que siempre
habitó en nuestras almas y no se marchará jamás de nuestras vidas.
Por eso en estas líneas voy al reencuentro
con ustedes, a llenarnos de interminable afecto, a reencontrarnos con las horas
que se ausentaron de nuestros ojos y nuestros brazos, y jugar con ellas como
todos aquellos días.
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